viernes, 20 de mayo de 2011

Videos educativos

Para estudiar historia argentina, en youtube estánlos videos del canal Encuentros, donde un niño muy simpático va viajando a través de la historia.
No se lo pierdan!!!

La Asombrosa Excursión de Zamba en el Cabildo - Cap. 01 - Parte 1 de 2


Los capítulos enteros, los podés encontrar en la solapa de VIDEOS

miércoles, 11 de mayo de 2011

Ñ. Revista de cultura
a. 8, nº 396
30/04/2011




La estética del cocoliche
Publicada por entregas en 1886, “Los amores de Giacumina” podría ser un lejano antecedente de Cucurto.

Por Rodolfo Edwards

E1 entrerriano Ramón Romero publicó “Los amores de Giacumina” por entregas durante el año 1886 y, leída desde hoy, esta novela puede aparecer como un lejano antecedente del “realismo atolondrado” de Washington Cucurto. En el prólogo a esta edición se alude al parentes­co: “Romero y Cucurto crean en sus obras un lenguaje colorido, desenfadado, capaz de ampliar el campo de lo decible”. Romero fue un periodista y escritor, compa­ñero de andanzas de Fray Mocho, con el que fundó un periódico de breve existencia llamada “Fray Gerundio”, donde se publicó el folletín. Fray Mocho elogió el li­bro: “En ese libro no habrá giros preciosos, frases llenas de armo­nía, trozos literarios; pero huele a pueblo, a verdad, a vida y por eso el pueblo lo acogió con aplausos, a pesar de los juicios olímpicos de literatos atorados de pretensiones y de pensamientos robados”. La novela está íntegramente escrita en cocoliche, lengua macerada por sonidos castellanos e itálicos, graciosa al oído, carne de parodia, producto de la primera oleada inmigratoria; hablado en Monte­video y en Buenos Aires, su uso fue exclusivamente oral, pero esta novela picaresca parece contrade­cir este aserto ya que Romero lo traslada a la escritura. Como un taquígrafo, Romero registra las endemoniadas fusiones entre los dos idiomas involucrados, logrando un efecto cómico instantáneo. Por su propensión hacia la exage­ración y el disparate, pronto en­contraría su destino en el teatro: la obra fue llevada a escena por Agustín Fontanella, bajo el for­mato de sainete, en 1906.
Giacumina es nativa del barrio de la Boca, hija de italianos, sus padres son dueños de una fonda en las cercanías del Riachuelo, llamada “La Fundita del Pacarito”. Romero narra sin tapujos la voracidad sexual de Giacumina, personaje que causaría envidias al mismísimo Armando Bo o al norteamericano Russ Meyer. Proto Isabel Sarli, Giacumina es objeto del deseo de todo el barrio y tiene como base de operaciones la fonda familiar. El relato mues­tra el vertiginoso periplo de Gia­cumina, su ascenso y caída, todo en el transcurso de apenas un par de años. La joven voluptuosa e irresistible pasa, en fast forward, a ser vieja, fané y descangallada, un residuo social. El gran finale es digno de figurar en una antología de la literatura bizarra; cuando se describe la agonía de Giacumina, el autor no escatima detalles ma­cabros: “en seguimento Giacu­mina se ha sintao en la cama, si ha metido la mano adentro di la baricas per ina llaga que teñiba al lao del umbligo, é si ha sacado in montón di tripas”.
La Rubia Mireya o “la costure-rita que dio el mal paso”, se pue­den interpolar en la biografía de Giacumina, presagio boquense de todas esas heroínas que habitarían los tangos famosos. “Giacumina morió á los veinte años, cuatde to­davía no conociba il mundo. Adiós me hicas”, así rezaba el epitafio de la desgraciada Giacumina, única víctima de esta encantadora fábula decimonónica.