Un conmovido adiós al escritor Gustavo Roldán
Reinventó los cuentos para chicos y fue maestro de una generación de autores.
POR Verónica Sukaczer
Díficil escribir estas líneas. Se me nubla el monitor. Porque hoy es un día triste para todos los que amamos los libros y las historias. Es un día triste para los bichos del monte. Como un día lo hizo el viejo tatú, el escritor Gustavo Roldán cerró los ojos la noche del 2 de abril y murió.
“Fue como si el viento hubiera comenzado a traer las penas. Y de repente todos los animales se enteraron de la noticia. Abrieron muy grandes los ojos y la boca, y se quedaron con la boca abierta, sin saber qué decir. Es que no había nada que decir”.
Nacido en el ’35 y criado en Fortín Lavalle, provincia de Chaco, Roldán fue un chico del monte, que creció escuchando cuentos que iban saltando de fogón en fogón y que no eran del todo cuentos. Historias con animales, con luces malas, con lobizones. Así le creció la imaginación y le creció el cuerpo, y un día simplemente se llevó a todos esos bichos a vivir a sus historias. Yo pienso que los guardaba en los innumerables bolsillos de sus muchos chalecos de pescador que gustaba usar. Sí, creo que en un bolsillo ocultaba al sapo, y en otro al quirquincho, y al tatú, los bichos colorados, piojos, pulgas, algún zorro, un ñandú, muchos pájaros.
Porque es en ese universo de animales tan nuestros, que Roldán plantó bandera e hizo historia. ¿Y por qué tantos bichos? En una entrevista que la especialista Susana Itzcovich le realizó en el año ’99, Gustavo Roldán lo explica así: “Mis animales me servían para contar historias en un mundo lleno de prohibiciones y limitaciones. Yo puedo hacer que el piojo tenga alguna aventurita amorosa, pero no es lo mismo si se tratara de seres humanos. Podía incorporar alguna irreverencia hacia la autoridad, o hacia el gobierno; lo que dice la opinión pública en boca del sapo, del piojo o del bicho colorado. Si eso hubiera sido dicho por personas, la censura hubiera empezado a aparecer de manera mucho más apretada”.
“–Pero don sapo –preguntó una corzuela–, ¿entonces no vamos a jugar más con don tatú? –No. No vamos a jugar más.
–¿Y él no está triste? –Para nada. ¿Y saben por qué? –No, don sapo, no sabemos...
–No está triste porque jugó mucho, porque jugó todos los juegos. Por eso se va contento”.
Gustavo Roldán escribió mucho, escribió todas las historias. Licenciado en Letras, profesor, editor, periodista, promotor de la lectura pero, sobre todo escritor, se inició en la literatura para chicos en el ’84 con el libro El monte era una fiesta . Ese primer texto lo escribió por pedido de los hijos que tuvo con Laura Devetach, Gustavo y Laura, que le insistían con que debía dar a conocer las historias que les contaba de pequeños. El primer libro gustó, le siguieron muchos otros. Así, junto a su esposa, a Graciela Montes, Graciela Cabal y otros autores, Roldán abrió camino, en los 80, para contar nuevas historias. Por eso todos los que nos dedicamos a los libros para chicos, somos un poco sus hijos. Y por eso lo vamos a extrañar tanto. Como al tatú.
“El tatú miró para todos lados, después bajó la cabeza, cerró los ojos, y murió.
Muchos ojos se mojaron, muchos dientes se apretaron, por muchos cuerpos pasó un escalofrío.
Todos sintieron que los oprimía una piedra muy grande.
Nadie dijo nada.
Sin hacer ruido, como si el ruido pudiera molestar, los animales se fueron alejando” .*
*De Como si el ruido pudiera molestar, Gustavo Roldán, Libros del Quirquincho, 1986.
Y otro para mirar o escuchar
“Fue como si el viento hubiera comenzado a traer las penas. Y de repente todos los animales se enteraron de la noticia. Abrieron muy grandes los ojos y la boca, y se quedaron con la boca abierta, sin saber qué decir. Es que no había nada que decir”.
Nacido en el ’35 y criado en Fortín Lavalle, provincia de Chaco, Roldán fue un chico del monte, que creció escuchando cuentos que iban saltando de fogón en fogón y que no eran del todo cuentos. Historias con animales, con luces malas, con lobizones. Así le creció la imaginación y le creció el cuerpo, y un día simplemente se llevó a todos esos bichos a vivir a sus historias. Yo pienso que los guardaba en los innumerables bolsillos de sus muchos chalecos de pescador que gustaba usar. Sí, creo que en un bolsillo ocultaba al sapo, y en otro al quirquincho, y al tatú, los bichos colorados, piojos, pulgas, algún zorro, un ñandú, muchos pájaros.
Porque es en ese universo de animales tan nuestros, que Roldán plantó bandera e hizo historia. ¿Y por qué tantos bichos? En una entrevista que la especialista Susana Itzcovich le realizó en el año ’99, Gustavo Roldán lo explica así: “Mis animales me servían para contar historias en un mundo lleno de prohibiciones y limitaciones. Yo puedo hacer que el piojo tenga alguna aventurita amorosa, pero no es lo mismo si se tratara de seres humanos. Podía incorporar alguna irreverencia hacia la autoridad, o hacia el gobierno; lo que dice la opinión pública en boca del sapo, del piojo o del bicho colorado. Si eso hubiera sido dicho por personas, la censura hubiera empezado a aparecer de manera mucho más apretada”.
“–Pero don sapo –preguntó una corzuela–, ¿entonces no vamos a jugar más con don tatú? –No. No vamos a jugar más.
–¿Y él no está triste? –Para nada. ¿Y saben por qué? –No, don sapo, no sabemos...
–No está triste porque jugó mucho, porque jugó todos los juegos. Por eso se va contento”.
Gustavo Roldán escribió mucho, escribió todas las historias. Licenciado en Letras, profesor, editor, periodista, promotor de la lectura pero, sobre todo escritor, se inició en la literatura para chicos en el ’84 con el libro El monte era una fiesta . Ese primer texto lo escribió por pedido de los hijos que tuvo con Laura Devetach, Gustavo y Laura, que le insistían con que debía dar a conocer las historias que les contaba de pequeños. El primer libro gustó, le siguieron muchos otros. Así, junto a su esposa, a Graciela Montes, Graciela Cabal y otros autores, Roldán abrió camino, en los 80, para contar nuevas historias. Por eso todos los que nos dedicamos a los libros para chicos, somos un poco sus hijos. Y por eso lo vamos a extrañar tanto. Como al tatú.
“El tatú miró para todos lados, después bajó la cabeza, cerró los ojos, y murió.
Muchos ojos se mojaron, muchos dientes se apretaron, por muchos cuerpos pasó un escalofrío.
Todos sintieron que los oprimía una piedra muy grande.
Nadie dijo nada.
Sin hacer ruido, como si el ruido pudiera molestar, los animales se fueron alejando” .*
*De Como si el ruido pudiera molestar, Gustavo Roldán, Libros del Quirquincho, 1986.
Y otro para mirar o escuchar
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