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domingo, 24 de agosto de 2014

La prohibición como legitimación de un libro



de RAZONES EDITORIALES

¿Ulises, obsceno? Los libros prohibidos no necesariamente están condenados. A veces ocurre lo contrario. Una prohibición es la mejor puerta de entrada de un libro al mundo. Su garantía de perduración en la historia de la literatura, siempre y cuando en su censura también radiquen los motivos de su innovación literaria. Esto es muy notable en los juicios realizados a Madame Bovary, de Flaubert y Las flores del mal, de Baudelaire. Al respecto, recomiendo un librito excepcional, con la publicación íntegra de las acusaciones, editado por Mar Dulce bajo el título “El origen del narrador”. Allí, los verdaderos argumentos del valor de estas obras, sobre todo en el caso deMadame Bovary ¡los brinda el fiscal! Diría incluso que la defensa es obtusa, no subraya las virtudes de la novela de Flaubert; en cambio quien acusa, con el fervor del ataque, destaca sus mejores logros, su poder de seducción, las futuras huellas de su letra imborrable.
Otro clásico que fue sometido a juicio fue elUlises de Joyce. Se lo consideraba una novela“obscena”. ¿Formaría esto parte de las predicciones jocosas del propio Joyce sobre su obra, al decir que iba a “mantener a los críticos y universitarios ocupados durante trescientos años”? Antes que los críticos, estuvieron los editores y los jueces. Incluso con sus cuentos de Dublineses (magnífico libro que cumple 100 años), editores e impresores se empecinaron en detener su publicación, como si nadie quisiese hacerse cargo de lo que su escritura venía a plantear: un reto a toda convención instalada en el lenguaje. Así lo cuenta el propio Joyce: “No menos de veintidós editores e impresores leyeron el manuscrito deDublineses y cuando finalmente se imprimió, una persona muy bondadosa compró toda la edición y la hizo quemar en Dublín: una acto de fe nuevo y privado.”

Esta caza del brujo escritor, se acentuó con la aparición del Ulises. Cuando la novela se publicó en París en 1922, escandalizó a los puritanos y hubo intervenciones policiales tanto en los puertos británicos como en los de Estados Unidos, con la intención de protegerse del empeño francés por celebrar la escritura joyceana, a la que ellos consideraban evanescente y procaz. Para decirlo en palabras de los propios perseguidores, elUlises era  considerado “una verdadera porquería, vil y obscena.”  No era el primer irlandés que caía en las redes de semejantes vituperaciones. Ya Oscar Wilde recibió antes su castigo de trabajos forzosos por “subversivo”. A raíz del revuelo, muchos escritores amigos se sumaron a la causa joyceana, pero así como Ezra Pound facilitó la publicación, el poeta T.S. Eliot le aconsejó editar en Gran Bretaña una versión expurgada de la novela porque “completa provocaría el desencadenamiento de acciones legales”. Joyce, amparado en su desvelo de escritor, no aceptó su propuesta. Se le atribuye una sagaz refutación: “Mi libro tiene un principio, un desarrollo y un final. ¿Cuál habría que suprimir?”.


Escenas obscenas

D.H. Lawrence inventó una etimología de “obsceno” que nada tiene que envidiarle a su origen real. Según el autor de El amante de Lady Chatterley,   “obsceno” es “fuera de escena”, o sea todo lo que no se ve, pero se busca. En este sentido, la primera obscenidad atribuida al Ulises puede corresponder con que la palabra, en Joyce, pretende mostrarlo todo, incluso lo que está detrás de escena y más aún, lo que ni siquiera ocurre en ninguna parte pero es pensado todo el tiempo. Así, muchos encuentran que el “monólogo interior” de Molly Bloom, con el que cierra Ulises, es una novela en sí misma. Y quizá allí se encuentre la clave de su prejuzgada obscenidad. Molly habla sin parar en esa lengua exprimida de Joyce donde cabe todo: pensamientos, cosas vistas, cosas oídas, ganas,  citas, música, listas, onomatopeyas, etc. Es sorprendente la forma en que se concatenan sus impresiones, en una suerte de continum lleno de variaciones.  Molly se muestra cándida, entre abetos y flores blancas, con su enagua floja y la blusa abierta, al tiempo que su voz, ágil y pícara, va nombrando los deseos como pétalos que se esparcen entre las frases que enarbola. “Ellos lo quieren hacer todo demasiado deprisa le quita todo el gusto a eso y papá mientras tanto esperando la cena él me dijo que dijera me olvidé el bolso en la carnicería y tuve que volver a buscarlo qué engañador luego me escribió aquella carta…”, dice sin puntuación. Y el hecho de que no haya puntuación también implica una excitación que no culmina, un fraseo que es puro estímulo. ¿Se puede acaso censurar la falta de puntuación?

En el capítulo 15, diálogo tan festejado, Leopold Bloom, ruega a la Señora Breenpor un  “poquitín de frivolidad”, haciéndole una proposición sexual que no deja de alterarla: “Quería decir yo simplemente una partida a cuatro bandas, un matrimonio mixto intermezclando nuestras conyugalidades.”

Al final del capitulo 17 una pregunta revela el estado de los protagonistas: “¿Signos visibles de presatisfacción? Una erección aproximativa: una aproximación solícita: una elevación gradual: una revelación intentada: una contemplación silenciosa. ¿Y luego? Besó los gruesos blandos amarillos aromáticos melones de su trasero, en cada grueso hemisferio melonoso, en su blando amarillo surco, con oscura prolongada provocativa melonaromática oscilación.” Este interrogatorio paulatino, si bien indaga en los rumores del cuerpo, no deja de ser una puesta en escena de la contorsión de la palabra y su destino de disolución.  Joyce nombra esta aventura literaria como “Filoteología pornosófica”. Y en otra oportunidad califica su obra como “mi maldita novela monstruo”.

La historia continúa (Clikear link arriba)