jueves, 22 de marzo de 2012

Cuentos censurados









 





















Cuentos pertenecientes al libro "La torre de cubos", censurado durante la Dictadura Militar. 

 

Un elefante ocupa mucho espacio

Durante la última dictadura militar en Argentina, el 15 de octubre de 1977, un decreto de la Junta militar que usurpaba el poder, ordenaba la prohibición de dos libros para niños. La medida también implicaba el secuestro de las ediciones y los ejemplares que circulaban en las librerías. Se trataba de Un elefante ocupa mucho espacio, de Elsa Bornemann, y El nacimiento. Los niños y el amor, de Agnés Rosenstiehl, una guía de educación sexual para pequeños.
Paradójicamente, el año anterior, Un elefante ocupa mucho espacio había sido elegido para integrar la Lista de Honor del IBBY; primera vez que esta distinción correspondía a un libro de autor argentino.
Elsa Bornemann recuerda el momento de la censura: "la evaluación que hago años después y, leyendo el decreto, es que la gente creyó que era por el primer cuento, que habla de la huelga. Yo lo escribí entre los años 72 y 75, cuando la huelga era un derecho de los trabajadores, e incluso la primera edición salió bajo gobierno democrático. Pero los quince cuentos tienen que ver con la justicia. Entonces, sabiendo todo lo que pasó, llego a la conclusión de que mi libro era intolerable para determinado grupo que estaba al mando en nuestro país: estaba prohibida la paz, la solidaridad; se instaló la fuerza de los contravalores o disvalores". (1)
Imaginaria rinde homenaje a este clásico de la literatura infantil argentina, reproduciendo más abajo la cubierta de su primera edición. (2)
  1. Entrevista a Elsa Bornemann realizada por Gabriela Guebel y Claudia Feld, para la revista Palabra Abierta. Secretaría de Educación de la Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires (1988).
  2. Un elefante ocupa mucho espacio, por Elsa Isabel Bornemann. Ilustraciones de Ayax Barnes. Buenos Aires, Ediciones Librerías Fausto, 1975; colección La Lechuza, N° 2. En la actualidad, el libro puede conseguirse en la edición del Grupo Editorial Norma, colección Torre de Papel.

  La planta de Bartolo
                                  de Laura Devetach

El buen Bartolo sembró un día un hermoso cuaderno en un macetón. Lo regó, lo puso al calor del sol, y cuando menos lo esperaba, ¡trácate!, brotó una planta tiernita con hojas de todos colores.
Pronto la plantita comenzó a dar cuadernos. Eran cuadernos hermosísimos, como esos que gustan a los chicos. De tapas duras con muchas hojas muy blancas que invitaban a hacer sumas y restas y dibujitos.
Bartolo palmoteó siete veces de contento y dijo:
—Ahora, ¡todos los chicos tendrán cuadernos!
¡Pobrecitos los chicos del pueblo! Estaban tan caros los cuadernos que las mamás, en lugar de alegrarse porque escribían mucho y los iban terminando, se enojaban y les decían:
—¡Ya terminaste otro cuaderno! ¡Con lo que valen!
IlustraciónY los pobres chicos no sabían qué hacer.
Bartolo salió a la calle y haciendo bocina con sus enormes manos de tierra gritó:
—¡Chicos!, ¡tengo cuadernos, cuadernos lindos para todos! ¡El que quiera cuadernos nuevos que venga a ver mi planta de cuadernos!
Una bandada de parloteos y murmullos llenó inmediatamente la casita del buen Bartolo y todos los chicos salieron brincando con un cuaderno nuevo debajo del brazo.
Y así pasó que cada vez que acababan uno, Bartolo les daba otro y ellos escribían y aprendían con muchísimo gusto.
Pero, una piedra muy dura vino a caer en medio de la felicidad de Bartolo y los chicos. El Vendedor de Cuadernos se enojó como no sé qué.
Un día, fumando su largo cigarro, fue caminando pesadamente hasta la casa de Bartolo. Golpeó la puerta con sus manos llenas de anillos de oro: ¡Toco toc! ¡Toco toc!
—Bartolo —le dijo con falsa sonrisa atabacada—, vengo a comprarte tu planta de hacer cuadernos. Te daré por ella un tren lleno de chocolate y un millón de pelotitas de colores.
—No —dijo Bartolo mientras comía un rico pedacito de pan.
—¿No? Te daré entonces una bicicleta de oro y doscientos arbolitos de navidad.
—No.
—Un circo con seis payasos, una plaza llena de hamacas y toboganes.
—No.
—Una ciudad llena de caramelos con la luna de naranja.
—No.
—¿Qué querés entonces por tu planta de cuadernos?
—Nada. No la vendo.
—¿Por qué sos así conmigo?
—Porque los cuadernos no son para vender sino para que los chicos trabajen tranquilos.
—Te nombraré Gran Vendedor de Lápices y serás tan rico como yo.
—No.
—Pues entonces —rugió con su gran boca negra de horno—, ¡te quitaré la planta de cuadernos! —y se fue echando humo como la locomotora.
Al rato volvió con los soldaditos azules de la policía.
—¡Sáquenle la planta de cuadernos! —ordenó.
Los soldaditos azules iban a obedecerle cuando llegaron todos los chicos silbando y gritando, y también llegaron los pajaritos y los conejitos.
Todos rodearon con grandes risas al vendedor de cuadernos y cantaron "arroz con leche", mientras los pajaritos y los conejitos le desprendían los tiradores y le sacaban los pantalones.
Tanto y tanto se rieron los chicos al ver al Vendedor con sus calzoncillos colorados, gritando como un loco, que tuvieron que sentarse a descansar.
—¡Buen negocio en otra parte! —gritó Bartolo secándose los ojos, mientras el Vendedor, tan colorado como sus calzoncillos, se iba a la carrera hacia el lugar solitario donde los vientos van a dormir cuando no trabajan.
Portada del libroCuento extraído, con autorización de su autora, del libro La torre de cubos (Buenos Aires, Ediciones Colihue, 1985, colección Libros del Malabarista).

La pelota

viernes, 9 de marzo de 2012

Pesadilla

Publicado el 7 de marzo de 2012 por Mora Torres.

Esa figura casi plana que aparece en mi espejo, no soy (La Filosofía).
Y si me alejo un poco, aunque cobre más dimensiones esa figura, tampoco soy (La civilización mediática: metáfora narcisista de los espejos múltiples).
Soy un demonio si no me miro, para apaciguarme, en un espejo que confirme que soy o que parezco gente; si miro en la oscuridad la oscuridad de mi vía láctea interior, si veo el universo dentro de mí, cruel, matando, comiendo; comiendo estrellas, animales, gente; soy un demonio y no una dulce anciana (Ángeles, Demonios y el Cerebro: La neurociencia aplicada).

miércoles, 7 de marzo de 2012

Imperdible

SÉ QUE PUEDEN QUEMAR LIBROS, ARRASAR BIBLIOTECAS, PROHIBIR LENGUAS,DESTERRAR CREENCIAS, BORRAR PASADOS, DIBUJAR PRESENTES, ORDENAR FUTUROS,TORTURAR Y EJECUTAR PERSONAS... PERO TAMBIÉN SÉ QUE AÚN NO HAN DESCUBIERTO COMO MATAR EL CUERPO INTANGIBLE Y LUMINOSO
DE UNA IDEA, DE UN SUEÑO O DE UNA ESPERANZA.

Neutralidad bibliotecaria

El presente es un extracto de la tercera parte del ensayo "Contra la 'virtud' de asentir está el 'vicio' de pensar: reflexiones desde una bibliotecología crítica", publicado como pre-print en E-LIS.
    "Odio a los indiferentes. Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no debe dejar de ser ciudadano y partisano. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son bellaquería, no vida. Por eso odio a los indiferentes". Antonio Gramsci. Citado por el periodista español Pascual Serrano (fundador deRebelion.org) en su último libro, "Contra la neutralidad", comentado por Iroel Sánchez en su artículo "Felices los neutrales".
La discusión política, filosófica o ideológica dentro de la bibliotecología ha sido sutilmente combatida —o abiertamente rechazada— en muchísimos ámbitos profesionales (en las propias bibliotecas, en las aulas, en los congresos, en las publicaciones), usando para ello todo tipo de medios, con el pretexto de que la disciplina es "neutral". Quienes esto alegan son los mismos que sostienen que la bibliotecología (y los trabajadores de la información) no debe inmiscuirse en cuestiones que no sean de su campo de interés específico, que en términos prácticos se refiere a todo aquello que exceda los libros (o la información, física o digital) y su ordenamiento y distribución.
Una rápida consulta al diccionario arroja como resultado que "neutral" significa "que no participa de ninguna de las opciones en conflicto". Y salta a la vista que esa bibliotecología que se vanagloria de una "neutralidad" impecable siempre participa de una opción: por defecto, se coloca del lado de quien la financia y apoya, ya sea el Estado o cualquier otro organismo, institución o entidad públicos o privados, en el marco de la ideología capitalista hegemónica.
No, definitivamente ni la bibliotecología ni los bibliotecarios son neutrales; no pueden serlo. Hay mucha mitología que hace falta desmontar, y en ello llevan tiempo trabajando un buen número de autores progresistas. Joseph Good, por ejemplo, en un artículo publicado en Progressive Librarian, nos recordaba la creencia generalizada —aunque Dante no lo expresase exactamente así en laDivina Comedia— de que el lugar más ardiente del infierno está reservado a los que se mantienen neutrales en tiempos de crisis.
A partir de aquí surgen esas cuestiones que muchos prefieren evitar condenando la reflexión ideológica y política: ¿por qué la bibliotecología es "no-neutral"? ¿Qué razones existen para que asuma una postura determinada? ¿Cómo se decide ese alineamiento, quién lo hace, por qué? ¿Qué consecuencias éticas y profesionales tiene tal hecho? ¿Cuáles son las sociales? ¿Qué otros posicionamientos puede haber, y qué significaría cada uno para la disciplina en general y para las bibliotecas y los bibliotecarios en particular? 
La propia existencia de esas preguntas hace que salten las alarmas de muchos de los defensores de la "neutralidad" bibliotecaria. Responderlas ya va unos cuantos pasos más allá en la escala de "peligrosidad": implica reflexión, crítica, debate, razonamiento... Implica poner en juego conceptos (y pensamientos, y planteamientos, e incluso sentimientos) que tienen que ver con el compromiso, la responsabilidad, la solidaridad, la libertad de elección y acción, la inclusión, la pluralidad... Implica hablar de bibliotecas como motores de cambio social, baluartes de la "democracia del conocimiento", puentes sobre brechas informativas... Implica rechazar la equidistancia entre posiciones contrarias, el falso consenso, el inmovilismo reaccionario... y darse de bruces con la complejidad de la realidad.
En un mundo en el que las clases dominantes se aseguran la hegemonía manteniendo un férreo control sobre todos y todo (especialmente sobre la información y la educación), la audacia intelectual y el pensamiento independiente son el enemigo a batir. De ahí su constante y sistemático descrédito; de ahí la manipulación, la censura y la persecución que sufren las voces críticas; de ahí la prohibición e ilegalización de las ideas que contaminan el "orden" y la "paz social". Quizás por eso la ideología, la formación política y ciudadana, el estudio de las distintas corrientes de pensamiento o la filosofía están tan ausentes de los espacios bibliotecológicos (sobre todo de las escuelas): pensar, además de sospechoso, resulta peligroso, como lo es dudar de la inevitabilidad de ciertas decisiones. Darse cuenta de que las cosas no tienen porqué ser de una única forma amenaza el statu quo, e imaginar otros mundos posibles lo pone patas arriba.
No nos engañemos: afirmar que la disciplina es "neutral" pone de manifiesto sus filias y sus fobias y no oculta sus servidumbres. Contribuye además a que los profesionales de la información sean parte de ese rebaño obediente e industrioso que sigue las directrices de su pastor y se limita a realizar una serie de tareas prácticas.
La bibliotecología no puede ser neutral. Si es obligada a mantener semejante posición, perderá una de las que podrían considerarse como sus principales fortalezas: su conexión con la sociedad para la cual trabaja. Puede, sí, ser independiente y, hasta cierto punto, autónoma.
Debe fomentar el pensamiento crítico y la reflexión en el seno de su comunidad, pues la biblioteca es el reducto social en el cual se almacenan las herramientas para ello y es un excelente espacio para que la ciudadanía se haga con el poder que le corresponde por derecho propio. Pero, para lograr tal objetivo, debe ponerlos en práctica primero y predicar con el ejemplo.
Debe tener ideas propias, juicios de valor acerca de su tarea y su desempeño, opiniones formadas, de manera tal que ninguna entidad externa le imponga nada: ni censuras ni directrices. Para lo cual antes debe deshacerse de los cepos, las cadenas y las mordazas; debe despojarse de la montaña de visiones y misiones que otros le han forzado a asumir y aprender a pensar por sí misma.
Debe dejar de tener miedo y comprometerse, posicionarse, actuar, pues eso se espera de ella: que sea un motor para el cambio, la transformación, la innovación. Y para eso necesita saber en donde está parada, cuáles son sus virtudes y sus defectos, y actuar en consecuencia, utilizando los primeros a su favor y corrigiendo los segundos.
La doctrina capitalista nos ha inculcado, a través de la educación, los medios masivos y tantos otros canales, que no hay caminos fuera de ella: todo lo que se salga de su trayectoria predefinida no son sino "sueños", "utopías", "delirios" o "esperanzas vanas". También nos ha habituado —tanto que lo repetimos motu proprio— a creer que sus ideales, sus proyectos y sus planes son lo mejor para nosotros, o son el futuro para todos...
Sin embargo, es del presente del que no podemos olvidarnos y es en él en el que, día a día, paso a paso, acción tras acción, tenemos que anclar nuestro trabajo. Como dijo Karl Marx, no basta con pensar el mundo, interpretarlo o filosofar sobre él: la verdadera cuestión es usar todo lo pensado, lo creído y lo imaginado para transformarlo. He ahí el fin último de toda disciplina que se considere verdaderamente social.