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jueves, 24 de mayo de 2012
Monografias
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miércoles, 7 de marzo de 2012
Neutralidad bibliotecaria
El presente es un extracto de la tercera parte del ensayo "Contra la 'virtud' de asentir está el 'vicio' de pensar: reflexiones desde una bibliotecología crítica", publicado como pre-print en E-LIS.
- "Odio a los indiferentes. Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no debe dejar de ser ciudadano y partisano. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son bellaquería, no vida. Por eso odio a los indiferentes".
Antonio Gramsci. Citado por el periodista español Pascual Serrano (fundador deRebelion.org) en su último libro, "Contra la neutralidad", comentado por Iroel Sánchez en su artículo "Felices los neutrales".
La discusión política, filosófica o ideológica dentro de la bibliotecología ha sido sutilmente combatida —o abiertamente rechazada— en muchísimos ámbitos profesionales (en las propias bibliotecas, en las aulas, en los congresos, en las publicaciones), usando para ello todo tipo de medios, con el pretexto de que la disciplina es "neutral". Quienes esto alegan son los mismos que sostienen que la bibliotecología (y los trabajadores de la información) no debe inmiscuirse en cuestiones que no sean de su campo de interés específico, que en términos prácticos se refiere a todo aquello que exceda los libros (o la información, física o digital) y su ordenamiento y distribución.
Una rápida consulta al diccionario arroja como resultado que "neutral" significa "que no participa de ninguna de las opciones en conflicto". Y salta a la vista que esa bibliotecología que se vanagloria de una "neutralidad" impecable siempre participa de una opción: por defecto, se coloca del lado de quien la financia y apoya, ya sea el Estado o cualquier otro organismo, institución o entidad públicos o privados, en el marco de la ideología capitalista hegemónica.
No, definitivamente ni la bibliotecología ni los bibliotecarios son neutrales; no pueden serlo. Hay mucha mitología que hace falta desmontar, y en ello llevan tiempo trabajando un buen número de autores progresistas. Joseph Good, por ejemplo, en un artículo publicado en Progressive Librarian, nos recordaba la creencia generalizada —aunque Dante no lo expresase exactamente así en laDivina Comedia— de que el lugar más ardiente del infierno está reservado a los que se mantienen neutrales en tiempos de crisis.
A partir de aquí surgen esas cuestiones que muchos prefieren evitar condenando la reflexión ideológica y política: ¿por qué la bibliotecología es "no-neutral"? ¿Qué razones existen para que asuma una postura determinada? ¿Cómo se decide ese alineamiento, quién lo hace, por qué? ¿Qué consecuencias éticas y profesionales tiene tal hecho? ¿Cuáles son las sociales? ¿Qué otros posicionamientos puede haber, y qué significaría cada uno para la disciplina en general y para las bibliotecas y los bibliotecarios en particular?
La propia existencia de esas preguntas hace que salten las alarmas de muchos de los defensores de la "neutralidad" bibliotecaria. Responderlas ya va unos cuantos pasos más allá en la escala de "peligrosidad": implica reflexión, crítica, debate, razonamiento... Implica poner en juego conceptos (y pensamientos, y planteamientos, e incluso sentimientos) que tienen que ver con el compromiso, la responsabilidad, la solidaridad, la libertad de elección y acción, la inclusión, la pluralidad... Implica hablar de bibliotecas como motores de cambio social, baluartes de la "democracia del conocimiento", puentes sobre brechas informativas... Implica rechazar la equidistancia entre posiciones contrarias, el falso consenso, el inmovilismo reaccionario... y darse de bruces con la complejidad de la realidad.
En un mundo en el que las clases dominantes se aseguran la hegemonía manteniendo un férreo control sobre todos y todo (especialmente sobre la información y la educación), la audacia intelectual y el pensamiento independiente son el enemigo a batir. De ahí su constante y sistemático descrédito; de ahí la manipulación, la censura y la persecución que sufren las voces críticas; de ahí la prohibición e ilegalización de las ideas que contaminan el "orden" y la "paz social". Quizás por eso la ideología, la formación política y ciudadana, el estudio de las distintas corrientes de pensamiento o la filosofía están tan ausentes de los espacios bibliotecológicos (sobre todo de las escuelas): pensar, además de sospechoso, resulta peligroso, como lo es dudar de la inevitabilidad de ciertas decisiones. Darse cuenta de que las cosas no tienen porqué ser de una única forma amenaza el statu quo, e imaginar otros mundos posibles lo pone patas arriba.
No nos engañemos: afirmar que la disciplina es "neutral" pone de manifiesto sus filias y sus fobias y no oculta sus servidumbres. Contribuye además a que los profesionales de la información sean parte de ese rebaño obediente e industrioso que sigue las directrices de su pastor y se limita a realizar una serie de tareas prácticas.
La bibliotecología no puede ser neutral. Si es obligada a mantener semejante posición, perderá una de las que podrían considerarse como sus principales fortalezas: su conexión con la sociedad para la cual trabaja. Puede, sí, ser independiente y, hasta cierto punto, autónoma.
Debe fomentar el pensamiento crítico y la reflexión en el seno de su comunidad, pues la biblioteca es el reducto social en el cual se almacenan las herramientas para ello y es un excelente espacio para que la ciudadanía se haga con el poder que le corresponde por derecho propio. Pero, para lograr tal objetivo, debe ponerlos en práctica primero y predicar con el ejemplo.
Debe tener ideas propias, juicios de valor acerca de su tarea y su desempeño, opiniones formadas, de manera tal que ninguna entidad externa le imponga nada: ni censuras ni directrices. Para lo cual antes debe deshacerse de los cepos, las cadenas y las mordazas; debe despojarse de la montaña de visiones y misiones que otros le han forzado a asumir y aprender a pensar por sí misma.
Debe dejar de tener miedo y comprometerse, posicionarse, actuar, pues eso se espera de ella: que sea un motor para el cambio, la transformación, la innovación. Y para eso necesita saber en donde está parada, cuáles son sus virtudes y sus defectos, y actuar en consecuencia, utilizando los primeros a su favor y corrigiendo los segundos.
La doctrina capitalista nos ha inculcado, a través de la educación, los medios masivos y tantos otros canales, que no hay caminos fuera de ella: todo lo que se salga de su trayectoria predefinida no son sino "sueños", "utopías", "delirios" o "esperanzas vanas". También nos ha habituado —tanto que lo repetimos motu proprio— a creer que sus ideales, sus proyectos y sus planes son lo mejor para nosotros, o son el futuro para todos...
Sin embargo, es del presente del que no podemos olvidarnos y es en él en el que, día a día, paso a paso, acción tras acción, tenemos que anclar nuestro trabajo. Como dijo Karl Marx, no basta con pensar el mundo, interpretarlo o filosofar sobre él: la verdadera cuestión es usar todo lo pensado, lo creído y lo imaginado para transformarlo. He ahí el fin último de toda disciplina que se considere verdaderamente social.
Una rápida consulta al diccionario arroja como resultado que "neutral" significa "que no participa de ninguna de las opciones en conflicto". Y salta a la vista que esa bibliotecología que se vanagloria de una "neutralidad" impecable siempre participa de una opción: por defecto, se coloca del lado de quien la financia y apoya, ya sea el Estado o cualquier otro organismo, institución o entidad públicos o privados, en el marco de la ideología capitalista hegemónica.
No, definitivamente ni la bibliotecología ni los bibliotecarios son neutrales; no pueden serlo. Hay mucha mitología que hace falta desmontar, y en ello llevan tiempo trabajando un buen número de autores progresistas. Joseph Good, por ejemplo, en un artículo publicado en Progressive Librarian, nos recordaba la creencia generalizada —aunque Dante no lo expresase exactamente así en laDivina Comedia— de que el lugar más ardiente del infierno está reservado a los que se mantienen neutrales en tiempos de crisis.
A partir de aquí surgen esas cuestiones que muchos prefieren evitar condenando la reflexión ideológica y política: ¿por qué la bibliotecología es "no-neutral"? ¿Qué razones existen para que asuma una postura determinada? ¿Cómo se decide ese alineamiento, quién lo hace, por qué? ¿Qué consecuencias éticas y profesionales tiene tal hecho? ¿Cuáles son las sociales? ¿Qué otros posicionamientos puede haber, y qué significaría cada uno para la disciplina en general y para las bibliotecas y los bibliotecarios en particular?
La propia existencia de esas preguntas hace que salten las alarmas de muchos de los defensores de la "neutralidad" bibliotecaria. Responderlas ya va unos cuantos pasos más allá en la escala de "peligrosidad": implica reflexión, crítica, debate, razonamiento... Implica poner en juego conceptos (y pensamientos, y planteamientos, e incluso sentimientos) que tienen que ver con el compromiso, la responsabilidad, la solidaridad, la libertad de elección y acción, la inclusión, la pluralidad... Implica hablar de bibliotecas como motores de cambio social, baluartes de la "democracia del conocimiento", puentes sobre brechas informativas... Implica rechazar la equidistancia entre posiciones contrarias, el falso consenso, el inmovilismo reaccionario... y darse de bruces con la complejidad de la realidad.
En un mundo en el que las clases dominantes se aseguran la hegemonía manteniendo un férreo control sobre todos y todo (especialmente sobre la información y la educación), la audacia intelectual y el pensamiento independiente son el enemigo a batir. De ahí su constante y sistemático descrédito; de ahí la manipulación, la censura y la persecución que sufren las voces críticas; de ahí la prohibición e ilegalización de las ideas que contaminan el "orden" y la "paz social". Quizás por eso la ideología, la formación política y ciudadana, el estudio de las distintas corrientes de pensamiento o la filosofía están tan ausentes de los espacios bibliotecológicos (sobre todo de las escuelas): pensar, además de sospechoso, resulta peligroso, como lo es dudar de la inevitabilidad de ciertas decisiones. Darse cuenta de que las cosas no tienen porqué ser de una única forma amenaza el statu quo, e imaginar otros mundos posibles lo pone patas arriba.
No nos engañemos: afirmar que la disciplina es "neutral" pone de manifiesto sus filias y sus fobias y no oculta sus servidumbres. Contribuye además a que los profesionales de la información sean parte de ese rebaño obediente e industrioso que sigue las directrices de su pastor y se limita a realizar una serie de tareas prácticas.
La bibliotecología no puede ser neutral. Si es obligada a mantener semejante posición, perderá una de las que podrían considerarse como sus principales fortalezas: su conexión con la sociedad para la cual trabaja. Puede, sí, ser independiente y, hasta cierto punto, autónoma.
Debe fomentar el pensamiento crítico y la reflexión en el seno de su comunidad, pues la biblioteca es el reducto social en el cual se almacenan las herramientas para ello y es un excelente espacio para que la ciudadanía se haga con el poder que le corresponde por derecho propio. Pero, para lograr tal objetivo, debe ponerlos en práctica primero y predicar con el ejemplo.
Debe tener ideas propias, juicios de valor acerca de su tarea y su desempeño, opiniones formadas, de manera tal que ninguna entidad externa le imponga nada: ni censuras ni directrices. Para lo cual antes debe deshacerse de los cepos, las cadenas y las mordazas; debe despojarse de la montaña de visiones y misiones que otros le han forzado a asumir y aprender a pensar por sí misma.
Debe dejar de tener miedo y comprometerse, posicionarse, actuar, pues eso se espera de ella: que sea un motor para el cambio, la transformación, la innovación. Y para eso necesita saber en donde está parada, cuáles son sus virtudes y sus defectos, y actuar en consecuencia, utilizando los primeros a su favor y corrigiendo los segundos.
La doctrina capitalista nos ha inculcado, a través de la educación, los medios masivos y tantos otros canales, que no hay caminos fuera de ella: todo lo que se salga de su trayectoria predefinida no son sino "sueños", "utopías", "delirios" o "esperanzas vanas". También nos ha habituado —tanto que lo repetimos motu proprio— a creer que sus ideales, sus proyectos y sus planes son lo mejor para nosotros, o son el futuro para todos...
Sin embargo, es del presente del que no podemos olvidarnos y es en él en el que, día a día, paso a paso, acción tras acción, tenemos que anclar nuestro trabajo. Como dijo Karl Marx, no basta con pensar el mundo, interpretarlo o filosofar sobre él: la verdadera cuestión es usar todo lo pensado, lo creído y lo imaginado para transformarlo. He ahí el fin último de toda disciplina que se considere verdaderamente social.
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