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jueves, 4 de abril de 2013

La política de Genocidio Cultural

Usos y Abusos de la Destrucción de la Biblioteca Nacional de Bosnia-Herzegovina como Herramienta de Propaganda Occidental

 Por Blair Kuntz. Traducido por Sara Plaza

 La siguiente entrada es la introducción de un artículo del historiador y bibliotecario canadiense Blair Kuntz (Universidad de Toronto), titulado "The Politics of Cultural Genocide: Uses and Abuses of the Destruction of the National Library of Bosnia-Herzegovina as a Western Propaganda Tool", que fue publicado originalmente en la revista estadounidense Progressive Librarian (n. 40, Fall/Winter 2012, pp. 91-108). Dicho artículo ha sido traducido del inglés por Sara Plaza y revisado por Edgardo Civallero con permiso expreso del autor, y puede descargarse completo aquí.

sábado, 9 de marzo de 2013

¿HAY BIBLIOTECA SIN BIBLIOTECARIO?

¿HAY BIBLIOTECAS SIN BIBLIOTECARIOS?





 

Con anterioridad he escrito que nuestra formación profesional parece estar diseñada para atarnos a una institución: La biblioteca. No obstante, hace unas horas estuve en una reunión en la Asociación Mexicana de Bibliotecarios y fue sorprendente la respuesta negativa que recibí de parte de mis colegas cuando afirmé que no hay bibliotecas sin bibliotecarios, o sea, que la biblioteca la hace el bibliotecario, y que si no hay bibliotecario entonces tenemos una colección de recursos, pero no una biblioteca.

En estos momentos, y luego de que han pasado algunas horas que me han permitido reflexionar sobre lo ocurrido, me doy cuenta de que mi estupor por la vehemencia con que mis colegas se manifestaron contra mis aseveraciones -sin permitirme continuar tratando este asunto- se debe a que se ha cosificado al bibliotecario. La impresión es parecida a la que me causó descubrir la imposibilidad de los bibliotecarios para definir la biblioteca, lo cual ocurrió durante una reunión que tuvimos hace unos años en San Luis Potosí para revisar la situación de la normativa biliotecaria en México.
Por este motivo, me parece muy pertinente problematizar este asunto y pensar un poco sobre la posibilidad de que haya bibliotecas sin bibliotecarios. Para ello, debemos preguntarnos quién es el bibliotecario y qué lo caracteriza como bibliotecario.

Al respecto, la historia nos muestra que mucho antes de que hubiera estudios profesionales para formar bibliotecarios se gestó en algunos pueblos la práctica de acumular soportes con información en sitios determinados, como un rasgo cultural diferenciador de esas sociedades y sobre todo de determinadas personas que ostentaban cierto poder. En este sentido, y como resultado de ese desarrollo cultural, llegaron a conformarse las bibliotecas, que vinieron a ser los repositorios de diversos objetos que se conjuntaban para adquirir una ventaja competitiva, esto es, que conferían determinado estatus y poder a sus poseedores, no por la sapiencia de los mismos, sino por el conocimiento que podían tener y recuperar, directa o indirectamente, para su propio beneficio.

La organización y administración de esos acervos antiguos generalmente se asignó a los estudiosos, quienes establecidos como bibliotecarios debieron ser capaces de atender sus responsabilidades, de responder a las consultas que les hacían sus patrones -los legítimos dueños de esas bibliotecas- y de asesorarlos. Esos bibliotecarios sabían muy bien que la reunión de los documentos podía aportar nuevos conocimientos, y por ello siempre estaban buscando adquirir otros materiales para incrementar sus colecciones, además de que impulsaron la realización de varios productos bibliotecarios para estar en posibilidad de brindar sus servicios y de eficientar el uso del acervo.
Con la proliferación y diversificación de las bibliotecas institucionales -varias de ellas más tarde destinadas a servir para la educación de las masas trabajadoras- los gobiernos nacionales buscaron ampliar de manera controlada la capacidad productiva y la calidad en sus economías. De este modo, se conformó una estratificación de las bibliotecas correspondiente a las jerarquías sociales establecidas:
  • Las bibliotecas públicas para las masas.
  • Las bibliotecas escolares para formar la masa trabajadora (en la escuela pública) y los cuadros sucesores de las élites (en la educación privada).
  • Las bibliotecas universitarias públicas para formar los cuadros profesionales con una marcada ideología de movilidad social, siempre queriendo imitar a las élites para no traicionarlas nunca, así como para sostener y continuar su legado.
  • Las bibliotecas universitarias privadas para continuar formando los cuadros sucesores de las élites.
  • Las bibliotecas especializadas, instaladas en los núcleos del desarrollo económico y por lo mismo dedicadas a servir a las élites de la economía.
  • La biblioteca nacional, destinada en un inicio a imitar el modelo francés en un intento de adquirir alta cultura y prestigio por simulación, pero que con el tiempo se ha convertido en un señalado anacronismo. En casi todos los países, la intelectualidad orgánica -en su ramal humanística- tiene presa esta biblioteca para justificar su razón de ser académica y porque ha descubierto el poder que encierra su acervo al investirlo como patrimonio de la nación.
Algunos ilusos piensan que los bibliotecarios son los que egresan de las escuelas de biblioteconomía. Otros, creen que los bibliotecarios son los que acuden a los congresos de bibliotecarios; o sea, si van a esos congresos es porque lo son, ¿no?

Unos más, saben que los bibliotecarios dedican varias horas de cada día hábil a estar en las bibliotecas, aunque no saben bien qué hacen. Aventuremos entonces que el bibliotecario es ese sujeto que está en la biblioteca y que puede sólo estar vigilando, o haciendo faenas de organización o cuidado del acervo, o brindando servicios a los usuarios.

Procedamos ahora en negativo y sustraigamos al bibliotecario de la biblioteca. ¿Qué queda? Va a continuación un escenario hipotético y no demasiado trágico.

Las autoridades deciden que ya no necesitan que haya un bibliotecario en su biblioteca.
El personal que hace el aseo abre la biblioteca cada día por órdenes de las autoridades, quienes mandan que vigilen la biblioteca. Sin embargo, este personal se niega a hacerlo porque esas son funciones del bibliotecario.
Los usuarios comienzan a llegar y preguntan por el bibliotecario, a lo que les responden que ya no habrá nadie para atenderlos y que la biblioteca será de autoservicio. Cuestionan cómo sacarán los libros en préstamo a domicilio, por lo que les presentan una máquina de autopréstamo. Asimismo, les informan que todos los libros tienen el sistema RFID, por lo que si alguien se llevara un libro sin registrarlo en el autopréstamo las autoridades se darían cuenta y lo sancionarían.

A los dos días, hay tal cantidad de libros acumulados en las mesas y el mostrador, además de una revoltura en los estantes, que las autoridades deciden enviar a algunas secretarias para acomodarlos en los libreros. Sin embargo, ellas se quejan y detienen el trabajo, pues no entienden la clasificación.

Las autoridades deciden hablar con su proveedor de los equipos y proponerle que les ayude a que su biblioteca funcione sin un bibliotecario. El proveedor hace un plan en el que cancela el uso del sistema de clasificación e instala un sistema automatizado desde el catálogo electrónico, donde al elegir el registro de un libro se activa una pistola de búsqueda tipo GPS que conduce al usuario al libro que busca.

Varios usuarios se quejan con las autoridades porque ya no hay nadie que les ayude con las búsquedas en bases de datos, para la elaboración de bibliografias, con la recuperación de los documentos y en el servicio de referencia y orientación. Las autoridades deciden que esos problemas se deben a la falta de un programa de alfabetización informacional efectiva, por lo que emprenden una reforma institucional e incorporan cursos en los diversos temas que deben dominar los sujetos para ser autosuficientes en la biblioteca.

Se compran más computadoras para el recinto y se amplía el acceso a la red. Para ello, se decide liberar espacio a través de un descarte de la colección de referencia y de la hemeroteca, pues según las autoridades únicamente son colecciones caras, voluminosas e inútiles, ya que todo lo que contienen debe estar en la Internet.

Los libros continúan acumulándose en las mesas, el mostrador y el piso, los estantes están semivacíos, pero no importa, pues se les puede encontrar con el sistema que instaló el proveedor. El mobiliario y el equipo muestran huellas de vandalismo, por lo que se decide instalar cámaras de seguridad y se estipulan sanciones para los infractores en el reglamento. Los usuarios aprenden a identificar los puntos ciegos del sistema de seguridad y siguen los actos ilícitos en la biblioteca.

Seis meses después, la biblioteca da muestras de gran deterioro y abandono. Los usuarios ya no van. Aunque se ha cuidado que los libros no se queden en las mesas, y menos aún en el piso, exhiben claras muestras de mutilación y abuso, manchas de alimentos, quemaduras de cigarro y otros daños. Desde tres meses antes, los usuarios se quejaban de que los libros que buscaban ya no se hallaban en la biblioteca, que nunca encontraban nada, que nadie estaba para ayudarlos, y que la biblioteca era un desastre.

Las autoridades descubrieron que había ocurrido un saqueo de un número indeterminado de libros, por lo que mandaron hacer un inventario que corroboró el delito y aportó una alarmante cantidad de pérdidas. Entonces, decidieron deshacerse de la biblioteca y utilizar su espacio para poner una sala de Internet con un responsable al frente. Su perfil debía ser de bibliotecario para asegurar el éxito en las búsquedas que hicieran los usuarios y para darles clases de alfabetización informacional.

Aunque pensemos que este relato es improbable que ocurra en la vida real, seguramente estaremos de acuerdo en que la realidad muchas veces supera la ficción. Empero, la duda permanece y por tal motivo le daremos cabida a este problema: El que los propios bibliotecarios crean que puede haber bibliotecas sin bibliotecarios. Es un problema tan espinoso que seguramente lo volveré a tratar más adelante.

sábado, 7 de julio de 2012

La biblioteca verde



Cuando parece que estamos dejando la biblioteca 2.0 como algo atrasado y hay que ir pensando en la 3.0 o la que venga, hay un punto que aún está en desarrollo y que va a marcar nuestro futuro: la biblioteca verde.
También podréis encontrarla como biblioteca sostenible o biblioteca ecológica, aunque en este caso se confunde con las bibliotecas especializadas en ecología.
¿Qué hace que una biblioteca sea verde? Sí, la pintura, claro, pero no estamos hablando de eso. Se trata de que el impacto sobre el entorno sea mínimo y, a poder ser, positivo. Algunas medidas que ya se están tomando incluyen el autoabastecimiento energético, el uso mínimo de recursos (agua, electricidad, papel) e incluso añadir vegetación a los edificios. En Estados Unidos se aplica el sistema de puntuación Leadership in Energy and Environmental Design (LEED). Éste establece varias categorías según lo sostenible del edificio: certificado (26 puntos), plata (33), oro (39), y platino (52 o más). Además, claro, de suspenso.
Este sistema mide cuatro factores: impacto del edificio (cercanía a otros servicios, acceso en transporte público, facilidades a discapacitados…), ahorro de agua y energía (sistemas de climatización, ventanas, consumo eléctrico de los ordenadores y otros equipos, paneles solares en los tejados…), materiales constructivos (reciclados y reciclables) y calidad del aire
Algunos proyectos que ya existen con el certificado LEED:


Seattle Central Library

Diseñada por Rem Koolhaas. Aprovecha el agua de lluvia para riego y está acristalada para conservar el calor. Está construida con materiales obtenidos en la zona y todos los escombros de la obra fueron reciclados. Más, aquí: SPL’s green strategies

Biblioteca Nacional de Singapur

Obra de Ken Yeang, dispone de filtros solares para que la luz no dañe los materiales y sea a la vez cómoda para los usuarios.

Biblioteca Pública de Minneapolis

Su tejado es un jardín de 1,724 m². Aprovecha la lluvia como agua de riego y mantiene el interior fresco.

Anythink Brighton

Presume, con razón, de eliminar cientos de miles de toneladas de dióxido de carbono al año. Además, tiene un sistema fotovoltaico que genera un tercio de la energía que requiere para funcionar. Estiman que esto supone un ahorro de 30 mil dólares al año.
En Europa también existen proyectos en este sentido. En Leipzig se construyó esta biblioteca utilizando cajas de cervezas y aprovechando la fachada de un almacén abandonado.
La Biblioteca Central de Cardiff  tiene un tejado de hierba, elimina CO2 y dispone de una pequeña patrulla de halcones que evitan que otros pájaros arruinen sus jardines.
En España una de las pioneras ha sido la biblioteca de la Universidad de Burgos. En esta presentación podéis ver todas las medidas que han tomado.
Por su parte, la biblioteca de la Universidad Carlos III colabora con la Unidad de Medio Ambiente de la Universidad para formular y gestionar su política verde.
La Biblioteca de la Universidad de Oviedo promueve la adopción de una serie de medidas para favorecer las buenas prácticas en materia de sostenibilidad y medio ambiente, como instalar bombillas de bajo consumo, reutilización de papel, etc.
Todos estos proyectos no son, o no deberían ser, una moda pasajera, sino un modelo al que debemos tratar de aproximarnos. Las ventajas de una biblioteca verde no son solamente para su entorno: afectan a sus trabajadores y usuarios, además de que suponen un importante ahorro económico a no muy largo plazo.
¿Conocéis otros ejemplos?
Javier Pavía
Servicio de Web

miércoles, 7 de marzo de 2012

Neutralidad bibliotecaria

El presente es un extracto de la tercera parte del ensayo "Contra la 'virtud' de asentir está el 'vicio' de pensar: reflexiones desde una bibliotecología crítica", publicado como pre-print en E-LIS.
    "Odio a los indiferentes. Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no debe dejar de ser ciudadano y partisano. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son bellaquería, no vida. Por eso odio a los indiferentes". Antonio Gramsci. Citado por el periodista español Pascual Serrano (fundador deRebelion.org) en su último libro, "Contra la neutralidad", comentado por Iroel Sánchez en su artículo "Felices los neutrales".
La discusión política, filosófica o ideológica dentro de la bibliotecología ha sido sutilmente combatida —o abiertamente rechazada— en muchísimos ámbitos profesionales (en las propias bibliotecas, en las aulas, en los congresos, en las publicaciones), usando para ello todo tipo de medios, con el pretexto de que la disciplina es "neutral". Quienes esto alegan son los mismos que sostienen que la bibliotecología (y los trabajadores de la información) no debe inmiscuirse en cuestiones que no sean de su campo de interés específico, que en términos prácticos se refiere a todo aquello que exceda los libros (o la información, física o digital) y su ordenamiento y distribución.
Una rápida consulta al diccionario arroja como resultado que "neutral" significa "que no participa de ninguna de las opciones en conflicto". Y salta a la vista que esa bibliotecología que se vanagloria de una "neutralidad" impecable siempre participa de una opción: por defecto, se coloca del lado de quien la financia y apoya, ya sea el Estado o cualquier otro organismo, institución o entidad públicos o privados, en el marco de la ideología capitalista hegemónica.
No, definitivamente ni la bibliotecología ni los bibliotecarios son neutrales; no pueden serlo. Hay mucha mitología que hace falta desmontar, y en ello llevan tiempo trabajando un buen número de autores progresistas. Joseph Good, por ejemplo, en un artículo publicado en Progressive Librarian, nos recordaba la creencia generalizada —aunque Dante no lo expresase exactamente así en laDivina Comedia— de que el lugar más ardiente del infierno está reservado a los que se mantienen neutrales en tiempos de crisis.
A partir de aquí surgen esas cuestiones que muchos prefieren evitar condenando la reflexión ideológica y política: ¿por qué la bibliotecología es "no-neutral"? ¿Qué razones existen para que asuma una postura determinada? ¿Cómo se decide ese alineamiento, quién lo hace, por qué? ¿Qué consecuencias éticas y profesionales tiene tal hecho? ¿Cuáles son las sociales? ¿Qué otros posicionamientos puede haber, y qué significaría cada uno para la disciplina en general y para las bibliotecas y los bibliotecarios en particular? 
La propia existencia de esas preguntas hace que salten las alarmas de muchos de los defensores de la "neutralidad" bibliotecaria. Responderlas ya va unos cuantos pasos más allá en la escala de "peligrosidad": implica reflexión, crítica, debate, razonamiento... Implica poner en juego conceptos (y pensamientos, y planteamientos, e incluso sentimientos) que tienen que ver con el compromiso, la responsabilidad, la solidaridad, la libertad de elección y acción, la inclusión, la pluralidad... Implica hablar de bibliotecas como motores de cambio social, baluartes de la "democracia del conocimiento", puentes sobre brechas informativas... Implica rechazar la equidistancia entre posiciones contrarias, el falso consenso, el inmovilismo reaccionario... y darse de bruces con la complejidad de la realidad.
En un mundo en el que las clases dominantes se aseguran la hegemonía manteniendo un férreo control sobre todos y todo (especialmente sobre la información y la educación), la audacia intelectual y el pensamiento independiente son el enemigo a batir. De ahí su constante y sistemático descrédito; de ahí la manipulación, la censura y la persecución que sufren las voces críticas; de ahí la prohibición e ilegalización de las ideas que contaminan el "orden" y la "paz social". Quizás por eso la ideología, la formación política y ciudadana, el estudio de las distintas corrientes de pensamiento o la filosofía están tan ausentes de los espacios bibliotecológicos (sobre todo de las escuelas): pensar, además de sospechoso, resulta peligroso, como lo es dudar de la inevitabilidad de ciertas decisiones. Darse cuenta de que las cosas no tienen porqué ser de una única forma amenaza el statu quo, e imaginar otros mundos posibles lo pone patas arriba.
No nos engañemos: afirmar que la disciplina es "neutral" pone de manifiesto sus filias y sus fobias y no oculta sus servidumbres. Contribuye además a que los profesionales de la información sean parte de ese rebaño obediente e industrioso que sigue las directrices de su pastor y se limita a realizar una serie de tareas prácticas.
La bibliotecología no puede ser neutral. Si es obligada a mantener semejante posición, perderá una de las que podrían considerarse como sus principales fortalezas: su conexión con la sociedad para la cual trabaja. Puede, sí, ser independiente y, hasta cierto punto, autónoma.
Debe fomentar el pensamiento crítico y la reflexión en el seno de su comunidad, pues la biblioteca es el reducto social en el cual se almacenan las herramientas para ello y es un excelente espacio para que la ciudadanía se haga con el poder que le corresponde por derecho propio. Pero, para lograr tal objetivo, debe ponerlos en práctica primero y predicar con el ejemplo.
Debe tener ideas propias, juicios de valor acerca de su tarea y su desempeño, opiniones formadas, de manera tal que ninguna entidad externa le imponga nada: ni censuras ni directrices. Para lo cual antes debe deshacerse de los cepos, las cadenas y las mordazas; debe despojarse de la montaña de visiones y misiones que otros le han forzado a asumir y aprender a pensar por sí misma.
Debe dejar de tener miedo y comprometerse, posicionarse, actuar, pues eso se espera de ella: que sea un motor para el cambio, la transformación, la innovación. Y para eso necesita saber en donde está parada, cuáles son sus virtudes y sus defectos, y actuar en consecuencia, utilizando los primeros a su favor y corrigiendo los segundos.
La doctrina capitalista nos ha inculcado, a través de la educación, los medios masivos y tantos otros canales, que no hay caminos fuera de ella: todo lo que se salga de su trayectoria predefinida no son sino "sueños", "utopías", "delirios" o "esperanzas vanas". También nos ha habituado —tanto que lo repetimos motu proprio— a creer que sus ideales, sus proyectos y sus planes son lo mejor para nosotros, o son el futuro para todos...
Sin embargo, es del presente del que no podemos olvidarnos y es en él en el que, día a día, paso a paso, acción tras acción, tenemos que anclar nuestro trabajo. Como dijo Karl Marx, no basta con pensar el mundo, interpretarlo o filosofar sobre él: la verdadera cuestión es usar todo lo pensado, lo creído y lo imaginado para transformarlo. He ahí el fin último de toda disciplina que se considere verdaderamente social.